sábado, 28 de mayo de 2011

LOS MILAGROS DE LA VIRGEN DE" LA CUEVA SANTA"


A lo largo y ancho de nuestro país existen lugares sagrados donde lo imposible se ha hecho realidad. Cuevas, ermitas y todo un rosario de enclaves cuya tradición mágica ha perdurado a lo largo de los siglos. Cueva Santa de Altura es una buena muestra de estos lugares de poder donde lo sobrenatural es protagonista. No en vano, en esta humilde y pequeña ermita ubicada al final de una angosta cueva, tuvo lugar el último milagro español.


La fama milagrera del santuario de Cueva Santa de Altura (Castellón), popularmente conocida como el "Lourdes español", se remonta al siglo XVI.

Según la tradición popular, un cabrero que guardaba su ganado durante las frías y solitarias noches en los alrededores de la Cueva del Latonero (actual eremitorio) encontró una talla religiosa de la Virgen. Con el paso de los años aquel pastorcillo desapareció y dejó en la gruta la efigie que veneraba y que posteriormente sería "redescubierta" en el año 1503. Una quimérica figura que el padre jesuita La Justicia describió así:

“Es la materia de esta imagen una tabla de yeso vasto, cuadrada: tendrá el grueso de casi dos dedos, y un palmo de latitud. Fundióse en molde de madera, y con poco relieve; representa a la Virgen en traje de viuda con sobretoca. Descúbrese el rostro, el cuello y la mitad del pecho, donde remata. Corona la cabeza un orden desigual de rayos que la cercan y después se doraron.

Muestra el rostro de ancianidad y es singular en esto, que entre todas las imágenes de la soberana Virgen que se veneran en otros santuarios, en sólo ésta particularmente quiere esta Señora que respetemos su viudez. Mide veintiún centímetros de largo y diez de latitud. Las facciones tienen un candor que difícilmente se encuentra aún en imágenes de los más afamados artistas”.

¿Cómo es posible que este yeso no haya sufrido deterioro alguno a pesar de las agresivas condiciones ambientales en las que se ha encontrado desde hace más de 500 años?


MILAGROS A LA CARTA

La leyenda sobrenatural acerca del lugar ha dejado una extensa lista de supuestos episodios milagrosos. Una historia que se inició con el suceso que protagonizaron Juan Monserrete e Isabel Martínez, vecinos del pueblo de Jérica, situado a 12 kilómetros del santuario.

Juan contrajo la lepra y el matrimonio fue desterrado de la localidad, fijando su nuevo hogar en Cueva Santa. Allí, al amparo de la Virgen, Isabel cuidaba a su cónyuge mientras imploraba la intercesión divina para su recuperación. Durante nueve días rezó y baño a su esposo, quién en esta última jornada se curó por completo. La tradición cuenta que en ese momento apareció un monje vestido con el hábito dominico que les ordenó regresar a la ciudad y trasmitir el prodigio a los castellonenses. Pero fue a partir del 2 de junio de 1592, fecha en la que los sacerdotes cartujos Bartolomé Lleo y Mateo Marco, junto al eclesiástico francés José Salinas, se instalaron en el enclave, cuando las obras portentosas comenzaron a recogerse concienzudamente.

Algunos de estos "episodios celestiales" los pudimos rescatar en los textos que fray Salinas dejó escritos y que, celosamente, se guardan en la Biblioteca de Valdecristo.

De entre todos ellos el más divulgado fue el vivido por los constructores del edificio, ya que al parecer la cal que se empleó para levantar los muros del inmueble fue utilizada como un remedio efectivo para algunas enfermedades.

En 1554, Montesino y Catalina Macián, vecinos de Bejis, protagonizaron otro portento. Acudieron al templo sagrado con su hijo aquejado de una hernia y, tras implorar su curación a la Blanca Paloma, el mal desapareció.

Años más tarde, en 1600, Miguel Juan Barberán y su hijo, Juan Feliciano, acudieron al lugar desde la urbe de Rubielos para pedir una acción milagrosa. Y su plegaria supuestamente también se vio cumplida.

La fama milagrera fue en aumento. Una popularidad que se vio impulsada por las masivas romerías y rogativas que realizaron los lugareños implorando lluvia para los campos en tiempos de sequía. Episodios, concretamente treinta y cinco traslados desde Cueva Santa a la localidad de Segorbe, entre 1627 a 1992. Unas comitivas en las que se creó y difundió la conocida tonadilla “que llueva, que llueva... la Virgen de la Cueva” y que fueron inmortalizadas en las zarzuelas de Chueca y Valverde.


"La fama milagrera del santuario de Cueva Santa de Altura (Castellón), popularmente conocida como el Lourdes español, se remonta al siglo XVI."



EL ULTIMO MILAGRO


Ocurrió en abril de 1996. La Asociación de Jubilados y Pensionistas de la ciudad de Sueca (Valencia) organizó un viaje turístico de cinco días a la villa de Segorbe. Entre los doscientos suecanos que se trasladaron a tierras castellonenses se encontraban Josefa Alapont y su marido, Blas Soler. Josefa llevaba cuatro años aquejada de síndrome de Parkinson, una dolencia de carácter degenerativo e irreversible que le impedía llevar una vida normal debido a los dolores y temblores que sufría.

Durante el último día de su estancia en Segorbe, la organización había programado una visita al popular santuario de Cueva Santa de Altura. Josefa arrastraba el esfuerzo realizado durante las jornadas anteriores, por lo que al llegar a las inmediaciones del templete no tuvo fuerzas para descender a la ermita, que se encuentra ubicada en el interior de la lóbrega y angosta sima.

“No podía más. Los temblores, las largas horas en el autobús y lo difícil que resultaba entrar hicieron que me lo pensara dos veces, y al final me quedé”, recordó Josefa Alapont.

Optó por no bajarse del autocar y esperó pacientemente el regreso de sus compañeros. Pero mientras tanto, una de sus inseparables, Francisca Ahulló, decidió rezar por su amiga en el altar de la capilla y recogió para ella agua que brota de las paredes del recinto.

“Ella no podía apenas moverse. Aún no me explico cómo pudo viajar con nosotros –afirmó Francisca–. Estaba tan mal que llorando me dijo que no podía acceder a la cueva”.

Francisca bajo hasta el tabernáculo, donde se guarda el relicario que expone la talla milagrosa de la Virgen, comenzó a orar y ocurrió algo insólito.

“Hubiera pedido para mí, que camino con dificultad y tengo problemas de corazón, pero pedí por ella, que lo necesitaba más que yo. No sé qué ocurrió, pero yo noté una cosa extraña al entrar en la cueva. Incluso vi un resplandor. Esa luz provocó el milagro, estoy segura y moriré convencida de ello”.

Ya en su domicilio, Josefa Alapont se lavó los brazos y las piernas con parte del líquido cristalino y el resto la tomó durante la cena.

“Bebí de esa agua. Me encontraba muy mal. Tenía –recordó Josefa– temblores en las manos y el dolor era insoportable”.

Horas más tarde ocurría lo imposible. Por la mañana, mientras se encontraba en la cocina con su marido, descubría estupefacta que no tenía ningún temblor ni dolor alguno en su cuerpo.

¿Había recobrado inexplicablemente la salud?

“Me levanté perfectamente –explicó–, no tenía dolor y no temblaba en absoluto, cuando los médicos me habían dicho que la enfermedad era irreversible y degenerativa”.

Los amigos y familiares de Josefa Alapont no dieron crédito a lo que vivieron.

No existió una respuesta lógica a su mejoría.

Pero a pesar de la extraña recuperación, Josefa Alapont continuó con sus periódicas revisiones hospitalarias en el Centro de Salud de Sueca. Allí fue donde los especialistas sanitarios avalaron lo inexplicable.

El Dr. Francisco Domínguez Sanz, el facultativo del ambulatorio que trataba a la valenciana, no obtuvo una explicación lógica para la desaparición de la enfermedad de su paciente. A pesar de no encontrar ninguna sintomatología de la dolencia recomendó a Josefa que prolongara los reconocimientos clínicos. Su drástico cambio de salud podía deberse a la autogestión o al efecto placebo.

Transcurrido un año, a lo largo del cual Josefa fue sometida a minuciosas pruebas y chequeos, un informe clínico certificó su rehabilitación sobrenatural. El expediente, al que pudimos tener acceso, fue fechado el 7 de enero de 1997 por el Servicio Valenciano de Salud del Hospital Universitario de la Fe y firmado por el doctor Francisco Domínguez Sanz.

“Entre noviembre de 1994 y mayo de 1996, la enferma acudió en 10 ocasiones a mi consulta, siendo diagnosticada de enfermedad de Parkinson de predominio tremórico y tratada con los fármacos habituales. Actualmente se ha retirado toda medicación y no presenta síntomas apreciables de dicha enfermedad”.

La noticia acaparó la atención de los medios de comunicación. Las portadas de todos los rotativos mediterráneos se hicieron eco del presunto milagro. Aun así, y para mayor seguridad, continuaron las exploraciones médicas.

Unas consultas que se zanjaron definitivamente el 13 de mayo de 1998, cuando se emitió el segundo y último certificado sobre el caso en el centro de Salud de Sueca por el Departamento de Neurología y rubricado nuevamente por el doctor Francisco Domínguez Sanz.

“Mujer de 70 años de edad –detalla el parte– que acude a consulta por primera vez en noviembre de 1994 por sintomatología iniciada dos años atrás compatible con el diagnóstico de enfermedad de Parkinson de predominio tremórico y hemicorporal izquierdo. Desde entonces y hasta la primavera de 1996 acude a consulta, objetivándose en su seguimiento una moderada progresión de su enfermedad a grados mayores de incapacidad, motivada en parte por una mala tolerancia a las medicaciones habituales.

A partir de la primavera de 1996, la enferma experimenta una progresiva mejoría espontánea que le permite incluso abandonar por completo su medicación. He prolongado, no obstante, su seguimiento clínico hasta la actualidad, comprobando que sigue completamente asintomática. Una resonancia magnética cerebral realizada en febrero de 1998 no ha mostrado tampoco hallazgos patológicos. Pese a lo atípico de su evolución y dado que su mejoría se ha consolidado, pude cursar alta en consulta”.

La curación de Josefa Alapont se ha convertido en el último incidente sobrenatural acaecido en este enclave sagrado castellonense, así como en el último Expediente X eclesiástico en nuestro país.

"No podía más. Los temblores, las largas horas en el autobús y lo difícil que resultaba entrar hicieron que me lo pensara dos veces, y al final me quedé" Y su amiga Francisca Ahulló pidio por ella.